ARQUITECTURA PORFIRIANA SAN JOSE DEL CABO, BCS
URBANIZACIÓN PORFIRIANA EN LOS CABOS
Acercamiento al proceso de urbanización durante la época porfiriana en San José del Cabo, Baja California Sur.
San José Del Cabo 1926 viendo al oeste Cerro de Las Chivas
Fue en 1730 cuando los
padres jesuitas José de Echeverría y Nicolás Tamaral fundaron la misión de San
José del Cabo, en un lugar distante a pocas leguas del mar, cercano a la
corriente de un arroyo y con un clima seco. Si bien la misión se mantuvo hasta
1830, cuando adquirió el rango de pueblo, junto a ella fue cobrando fuerza un
grupo de colonos civiles como consecuencia del reparto de tierras que el
visitador José de Gálvez dispuso en 1768; distribución que continuó tras la
independencia mediante la expedición de nuevas leyes, con lo que se fue
configurando un nuevo régimen económico basado en los ranchos ganaderos y
agrícolas.
Pintura de Tirsch San José del Cabo, Baja California Sur 1767
Uno de los últimos lugares donde actuó el misionero checo Ignacio Tirsch en
Baja California Sur. Otro de los lugares donde Tirsch pasó parte de su vida.
Hasta 1857, en la
municipalidad de San José del Cabo, estatus que adquirió en 1824, se habían
repartido 109 sitios de ganado mayor y 89 suertes de tierra, 21 y 23 por ciento
respectivamente del total de las dotaciones otorgadas en el Territorio de la
Baja California, con lo que se colocó a la cabeza de todas las municipalidades
existentes en ese entonces (La Paz, Todos Santos, San Antonio, Comondú, Mulegé
y Santo Tomás). Vale apuntar que en el pueblo de San
José del Cabo, asiento de la cabecera municipal, entre 1841 y 1856 se otorgaron
402 mil 666 varas de terreno para el desarrollo de la agricultura, es decir, 20
suertes de tierra.
Ese proceso de
apropiación de tierras trajo consigo el desarrollo de las actividades
agropecuarias, cuyo resultado para 1857 fue el siguiente: en la producción
agrícola, que en todo el territorio se basaba en los cultivos de maíz, frijol,
garbanzo, lenteja, higo, dátil, olivo y caña, la jurisdicción de San José del
Cabo obtuvo la primacía en los dos primeros y en el último; se posicionó en
segundo lugar en la riqueza de ganado vacuno y primero en la de caballar. Los excedentes agropecuarios y las
características del emplazamiento de su cabecera municipal, dieron pie a que en
ésta, desde muy temprano, se registrara un intercambio mercantil de altura y de
cabotaje sin tener una habilitación oficial como puerto, reconocimiento que
obtuvo en 1837 con carácter de cabotaje, mismo que le fue retirado en 1850,
para adquirirlo de nueva cuenta en 1853. Al respecto, Dení Trejo refiere:
Sabemos que hasta 1837 llegaban embarcaciones
extranjeras, tanto a San José como a La Paz; sin embargo, es evidente que aquél
gozó de mayores ventajas dado que las costas de la zona de Los Cabos eran
tradicionales lugares de paso de las naves de otras naciones que iban a los
puertos del macizo continental o de los barcos que hacían la pesca de la
ballena; además, con el cierre de La Paz al comercio de altura, entre los años
de 1837 y 1854, la antigua ventaja de San José y San Lucas con respecto al
comercio con los extranjeros volvió a salir a flote a causa del cuantioso
contrabando que se suponía se hacía por dichos embarcaderos.
Si bien la misma autora
apunta que esa situación comenzó a revertirse a partir de 1854, en que el
puerto de La Paz volvió a tener su carácter de altura, además de su importancia
política por encontrarse ahí la sede del poder territorial, la municipalidad de San José del
Cabo no dejó de poblarse.
En 1836 se reportan mil 476 habitantes, de los cuales
unos 500 vivían en los pueblos de San José del Cabo y Santiago; en tanto, en la
municipalidad de La Paz había mil 226 personas, 800 de éstas concentradas en el
puerto.
En 1857, la demarcación josefina seguía siendo la más poblada, con tres
mil 334 personas -un incremento de más de 120 por ciento-, las cuales mil 91 se
encontraban en el pueblo de San José del Cabo; mientras en la de La Paz estaban
registrados mil 379 habitantes -un aumento de apenas 12 por ciento, de éstos,
mil 57 se localizaban en el puerto. Por consiguiente, en los 20 años que
corren entre 1836 y 1857 el crecimiento demográfico en el poblado josefino se
multiplicó por tres, no obstante que La Paz tenía las ventajas de ser puerto de
altura y capital del territorio.
La inestabilidad
política que se suscitó en la Baja California tras el inicio de la guerra civil
en el país y después por la intervención francesa, donde algunos habitantes del
poblado de San José del Cabo tuvieron una destacada participación, que fue
desde la protesta pública hasta la sublevación, no obstó para que en este lugar
siguiera registrándose un crecimiento económico y demográfico, que requirió la
ordenación del espacio con fines económicos y políticos.
El ordenamiento legal
El crecimiento económico
y demográfico en la municipalidad Josefina y las necesidades que demandaba el
vivir en aglomeración en una sola localidad, implicó un ordenamiento legal que
normara el comportamiento social. En este sentido, Foucault sostiene:
La disciplina procede ante todo a la
distribución de los individuos en el espacio. Se trata de establecer las
presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos,
de instaurar comunicaciones útiles, de interrumpir las que no lo son, de poder
en cada instante vigilar la conducta de cada uno, apreciarla, sancionarla.
Una sociedad cada vez
más compleja como la que empezaba a configurarse en San José del Cabo, exigía
de regulaciones acordes a los nuevos vínculos entre los intereses privados y el
interés público, es decir, la convivencia social debía ajustarse dentro de un
marco de disciplina tendiente a moldear actitudes y conductas que favorecieran
el desarrollo de las múltiples relaciones a que daba lugar la coexistencia
entre los hombres. De ahí la pertinencia de lo dicho por Foucault, en el
sentido de que la disciplina era orden, aunque el poder público no se sustrajo
de éste, como se deja ver en seguida.
A fines de 1873, el
Ayuntamiento se dotó de un Reglamento Interior, donde quedaron reguladas las
obligaciones de la corporación, pero también las de los pobladores en general. Uno de los aspectos que sobresale
de dicho documento es la creación de comisiones para la organización del
trabajo de los ediles, entre éstas destacaban: Hacienda, cuyas funciones eran
las de supervisar el manejo de las finanzas y el fortalecimiento de éstas;
Mercados y Abasto, tenía la responsabilidad de vigilar la ubicación y limpieza
de los negocios, la utilización de materias primas, el peso y precio de las
mercancías; a Salubridad Pública y Aguas, le correspondió vigilar la
construcción de letrinas, la aplicación de vacunas, que los cadáveres no
estuvieran insepultos por más de 24 horas, que en las calles no permanecieran
animales muertos, que la basura se tirara fuera de la población en un lugar ex
profeso y que se cumpliera con las medidas convenientes en caso de epidemias; a
Ornato y Comodidad se le asignó la encomienda de cuidar el alineamiento y la
amplitud de las calles, la conservación de los caminos y puentes, así como
promover la edificación en los solares baldíos. Diversiones Públicas, debía velar
para que las recreaciones se realizarán en completo orden y sin faltar a la
moral.
Además de las funciones
de vigilancia y supervisión, las comisiones fueron creadas para imponer multas
y arrestos a todos aquellos que transgredieran la reglamentación. Se normalizaba así una nueva relación
entre el poder público y los intereses privados, donde la búsqueda de la
seguridad y la disciplina era consecuencia de las nuevas actitudes y valores
que traía el vivir en un medio urbano.
Con la aglomeración se
acrecentó también la demanda de solares, por lo que la autoridad municipal, a
fines de 1873, dispuso que éstos se clasificarían en dos categorías: de primera
clase, cuyo metro cuadrado se tasó en dos centavos; y de segunda, que tendrían
un costo de uno y medio centavos.
Normar el actuar de la
función pública y de los pobladores en general cobró mayor vigor a partir del
régimen porfiriano como efecto de la expansión de la economía en el territorio,
que se sustentó principalmente en la extracción y el beneficio de plata y
cobre. La explotación en gran escala de dicha actividad por parte de los
capitales estadounidense y francés requirió de grandes contingentes de
trabajadores y de una diversidad de bienes de capital y de consumo. De ahí que
paralelamente al crecimiento demográfico, tomaron fuerza las actividades
agrícola, pecuaria, industrial y comercial, amén del desarrollo de las
comunicaciones terrestres y marítimas.
En este contexto se
explica el devenir de San José del Cabo, donde en 1882 se aprobó un Plan de
Propios y Arbitrios, que si bien era para toda la municipalidad, lo que ahí se
reguló fueron aquellas actividades que se derivaban de la coexistencia de la
población, como: establecimientos mercantiles, casas de empeño, billares,
fondas, panaderías, fábricas de azúcar y panocha, ordeñas, adjudicación de
solares, diversiones públicas y alumbrado público. Cabe mencionar que, en 1892, el
gobierno central aprobó la Ley de Dotación de Fondos Municipales para el
Territorio de la Baja California, por lo que el Plan de Propios y Arbitrios de
la jurisdicción Josefina se adecuó a ese nuevo marco jurídico, como se deja ver
en sus informes de ingresos.
Poner orden en la
adjudicación de solares fue otra tarea de la autoridad municipal, lo que hizo
en 1887 al expedir un reglamento al respecto. En él se estableció que eran
denunciables todos los solares baldíos existentes dentro del fundo legal del
poblado de San José del Cabo, se fijó el límite de éstos en dos mil 500 metros
cuadrados, así como la forma de pago y el tiempo para acotarlos o construir en
ellos.
La prostitución fue otro
de los rubros que se ordenó desde principios de los años noventa, cuando el
ayuntamiento josefino hizo suyo el reglamento que para tal efecto habían
aprobado los ediles de La Paz. Por dicha norma se dispuso que toda mujer que se
dedicara a esa labor debía tener una patente expedida por la jefatura política
y sujetarse a la vigilancia de la policía de salubridad; asimismo, quedó
regulada la prostitución aislada y la pública, prohibiéndose que ambas se
realizaran en viviendas ubicadas en las calles más céntricas de la población o
cerca de los establecimientos de instrucción de ambos sexos.
Si bien el Reglamento
Interior de 1873 indicaba multas y arrestos para quienes infringieran las
disposiciones ahí señaladas, el Bando de Policía y Buen Gobierno, que se aprobó
en marzo de 1895, fue el instrumento normativo
general para orientar la conducta de todos los sectores sociales. Ahí se contemplaban los tipos de
faltas y de castigos, amén de señalar la responsabilidad que tenían las
autoridades encargadas de hacer cumplir dicho ordenamiento.
El servicio de agua
doméstico fue también objeto de regulación por parte del ayuntamiento. En la
reglamentación se definió quiénes tenían derecho a dicho servicio, el costo y
la medida del líquido, así como las obligaciones de la autoridad y de los consumidores.
Se ha podido advertir
que el ordenamiento legal, por un lado, tendió a organizar el espacio, brindar
seguridad y responder a las necesidades de urbanización que exigía el vivir en
colectividad; por el otro, constriñó a esa colectividad a una disciplina moral
y fiscal en beneficio de la expansión económica.
Viendo al noreste Calle Ancha o Calle Mijares San José del Cabo años treintas. |
Crecimiento y
diversificación económica del poblado
El crecimiento de la
población en San José del Cabo siguió su curso, no obstante que casi al
finalizar el primer lustro de los años setenta se registró una epidemia de
viruela y fue el centro de una sublevación en contra del jefe político del
territorio. Sirva el cuadro siguiente para
ilustrar la evolución demográfica tanto en la municipalidad como en el poblado
de San José del Cabo, en el lapso de 1878 a 1910.
Cuadro 1 Evolución demográfica en la municipalidad de San José del Cabo y en el pueblo del mismo nombre (1878-1910)
Fuente: AHPLM, "Noticia del censo de población del Territorio de la Baja California de 1878". Vol. 145, Doc. 677, Exp. 62. "Informe del jefe político del Distrito Sur de la Baja California al secretario de Gobernación". Ramo Gobernación, Vol. 217, Doc. 24, Exp. 50, La Paz, Baja California, 15 de enero de 1891. Aloma, "Censo General de 1895", Ramo Fomento, Vol. 259 1/1, Doc. 5, Exp. 9. AGN, "Censo de las municipalidades del Partido Sur de 1897". Ramo Gobernación, Vol. 719, Exp. 11. Biblioteca del Archivo General de la Nación (en adelante BAGN), "Censo General de 1900". Memoria de Gobernación 1900-1904, p. 9. AHPLM, "Censo General de 1900". VoL 409, Doc. 766, Exp. s/n. AHPLM, "Censo General de 1910", Ramo Fomento, Vol. 563, Doc. 937, Exp. 8. 1 Estos datos se tomaron de un informe que rindió el jefe político del Distrito Sur de la Baja California al secretario de Gobernación, el 15 de enero de 1891; sin embargo, no hay coincidencia con otro que esa misma autoridad hizo a empresas particulares, el 22 de febrero de 1890, donde se asientan tres mil 518 personas; así como el que ofrecen las autoridades municipales para ese mismo año, donde ellas señalan que el total de habitantes en la jurisdicción era de cuatro mil 727 y en la villa de San José del Cabo y los barrios, de mil 975. Véase AHPLM, Ramo Gobernación, Vol. 217, Doc. 24, Exp. 50; AGN, Ramo Gobernación, Vol. 207, Exp. 62. AHPLM, "Informe de las autoridades municipales al jefe político del Distrito Sur de la Baja California". Caja informes de gobierno, Doc. 24, Exp. 50, San José del Cabo, 5 de enero de 1891. 2 Cabe decir que en el AHPLM hemos encontrado dos documentos que contienen datos sobre el censo que se levantó en octubre de 1910 que no coinciden en las cifras: una es de cuatro mil 171 y la otra es la que aparece en este cuadro. Hemos optado por esta última información porque está acompañada de otros datos que nos hacen presumir que es la más cercana a la realidad.
Se puede observar que
entre 1878 y 1900 la población en la municipalidad creció 49 por ciento en
promedio. Aunque para el poblado de San José del Cabo no se cuenta con
información del año de 1878, es presumible que el número de habitantes se
mantuvo arriba de los mil, pues precisamente para esa fecha su estatus ya no
era de pueblo sino de villa. De acuerdo con la información que se asienta en el
cuadro, entre 1890 y 1900 en dicho poblado se registró un crecimiento promedio
de 79 por ciento, por lo que, en este último año, ahí se concentraba 66 por
ciento del total de las personas que vivían en la municipalidad.
Al contrastar estas
cifras con las de la capital del Distrito Sur de la Baja California, que era la
ciudad de La Paz, se tiene que ahí, entre 1890 y 1900, el crecimiento
demográfico fue de 17 por ciento, de cuatro mil 300 habitantes se elevó a cinco
mil 46. En el ámbito nacional, en este
mismo lapso, la población aumentó 40 por ciento en promedio, es decir, pasó de
9 millones 686 mil 777 habitantes a 13 millones 607 mil 259. Por consiguiente, la municipalidad
de San José del Cabo y su cabecera estuvieron más allá de esos rangos. Esto
puede atribuirse a que el puerto de esta última fue elevado a la categoría de
altura, a la política de subvenciones a las compañías navieras por parte del
gobierno federal y al impulso que tuvieron la agricultura y la industria del
piloncillo, como consecuencia del desarrollo de la minería en las
municipalidades de San Antonio y Mulegé. Por ejemplo, la producción de
piloncillo pasó de 352 toneladas en 1881 a 843 en 1897, lo que le permitió a la
jurisdicción josefina ocupar la primacía en este rubro. Más de 80 por ciento de
esa producción se destinó a los mercados del propio Distrito Sur, del Distrito
Norte, de Sonora, Sinaloa y de San Francisco, California.
Enero 28 de 1927
Puerto de San José Del Cabo
Buques de Carga
El Moctezuma - Oaxaca - Bolivar y Angel
|
Fue en 1888 cuando el
gobierno central decretó la apertura del puerto de San José del Cabo al
comercio de altura, aunque desde dos años antes las embarcaciones de la
Compañía Mexicana Internacional de Vapores del Pacífico y Golfo de California,
en su viaje de ida y vuelta entre San Diego, California, y San José de
Guatemala, llegaban a la rada josefina. Igualmente lo hicieron, a partir de
1891, los buques de la Compañía de Vapores de la Costa del Pacífico, en el
recorrido que realizaban mensualmente entre San Francisco, California, y
Guaymas, Sonora.
La comunicación marítima
con los puertos del suroeste de Estados Unidos y con los de la otra costa del
Golfo de California, permitió que la villa de San José del Cabo se convirtiera
en el centro mercantil y enlace de las zonas productoras del extremo sur
peninsular con los mercados del país y del extranjero. De los 26 comerciantes
que existían en 1900 en toda la municipalidad, 15 estaban asentados en dicha
villa, entre los que destacaban Alejandro Mendoza, Santiago Ceseña, Antonio Muruaga
y Modesto Aragón, quienes además de ofertar una variedad de artículos
nacionales y extranjeros, se dedicaban también a la compra de frutas frescas,
cascalote, mascabado y pieles para su exportación.
Viendo al oeste
Desfile Cívico Centenario de Independencia en 1910
Calle Ancha o Calle Mijares
San Jose Del Cabo
|
Al tiempo que se ocupaban en la actividad mercantil, varios de los comerciantes asentados en la
cabecera municipal se dedicaban también a la agricultura y la industria del
piloncillo, entre ellos sobresalían Santiago Ceseña, Modesto Aragón, José C.
Ceseña, Alejandro Moreno, Cruz Ceseña y Prisciliana Cota de Mouet.
Siguiendo con la lectura
del cuadro sobre la evolución demográfica en la municipalidad Josefina y en la
cabecera del mismo nombre, se observa que en 1910 el número de habitantes cayó
en 16 y 58 por ciento, respectivamente. Entre las causas de este descenso
estuvieron: la sequía que se vivió durante los primeros años de esa década, que
obligó a varios vecinos a emigrar a Ensenada y a Estados Unidos; un ciclón que
azotó la villa de San José del Cabo en 1907, con saldo de varios muertos; un
mal endémico, como era la fiebre palúdica, que se intensificó entre 1905 y 1906
y provocó que en este último año el número de defunciones fuera 25 por ciento
mayor que el de nacimientos; y una epidemia diftérica que también incrementó el
número de muertes en 1908.
Si bien estas causas
impactaron sobre el decaimiento de la población en la cabecera municipal, no
son suficientes para explicar la ausencia de casi 60 por ciento de los
habitantes; de ahí que otra razón pudiera deberse a que en el conteo de 1910 se
desagregó a la población que vivía en los barrios que formaban parte de dicha
cabecera, cuando desde 1890 se había estado incluyendo. Por ejemplo, en el
padrón de este último año se asentó la población que vivía en los barrios El
Sufragio, Santa Gertrudis y Cirilo.
Respecto de la
diversificación económica, el censo de 1900 da cuenta de que, además de los
pobladores que se dedicaron al comercio, agricultura, ganadería e industria,
hubo otros que se ocuparon como peones, artesanos, dependientes en los
establecimientos comerciales, empleados públicos, marineros, profesores y
sirvientes. De acuerdo con esa misma fuente, la población económicamente activa
era de mil 741 personas, correspondiente a 34 por ciento del total de
habitantes existentes en la demarcación, distribuida así: 24 por ciento se
encargaba de las actividades agropecuarias; 7 por ciento, de los oficios; y 3
por ciento, de los negocios mercantiles y empresariales, así como al ejercicio
de una profesión y empleo público.
Se hace evidente también
la incorporación de las mujeres, tanto como responsables de alguna de las
actividades productivas y mercantiles, como trabajadoras en la industria del
piloncillo, en la administración pública, la educación, pero sobre todo en el
desempeño de los oficios (costureras, lavanderas y sirvientas), una cuota de 26
por ciento del total de la población económicamente activa.
Fungir como cabecera de
la municipalidad, de la subprefectura política, del juzgado menor y de las
oficinas federales (Sub Receptoría de Rentas, Agencia del Timbre y Oficina de
Correos); el carácter de su emplazamiento; y concentrar el mayor número de
habitantes, nos permiten colegir que la villa de San José del Cabo fue la
residencia de la mayoría de estos nuevos sectores sociales.
Cabe retomar aquí la
idea de Francois-Xavier Guerra de que la modernización porfiriana en México fue
una "modernización preindustrial, inducida por el comercio y por la lógica
interna de la antigua sociedad".Aseveración que aplica para San
José del Cabo, con base en el sustento de los informes de ingresos y egresos
municipales correspondientes a los años de 1891-1895, donde se ve que los
rubros que más engrosaron el erario público fueron aquellos que estaban relacionados
con el comercio y las actividades agropecuarias e industriales, en este caso la
producción de piloncillo. Del primero, los ingresos en promedio anual fueron de
52 por ciento, mientras del segundo anduvieron alrededor de 12 por ciento.
Al comparar la
información anterior con la del censo de 1910, se aprecia que la población
económicamente activa creció 5 por ciento, a pesar de que en ese mismo censo se
observa que el número total de habitantes en la municipalidad se había reducido
16 por ciento. Por lo que toca a la ocupación de esa población, se atisba un
incremento en las actividades agropecuarias y en los oficios de tres y dos por
ciento, respectivamente y sin variación en los negocios mercantiles y
empresariales, así como en el ejercicio de una profesión y empleo público. Cabe
precisar que en el caso de los oficios, éstos se diversificaron más y se
incrementó el número de personas que tenía que ver con la construcción, como
eran los ladrilleros, albañiles y herreros. En cuanto a los empleados, su
número se elevó de 28 a 44, lo que refleja la expansión del aparato político
administrativo para responder a las necesidades que derivaban de la
concentración de la población. Igual suerte tuvo el número de profesores, pues
pasó de cinco a 23, además de que 87 por ciento eran mujeres.
Otro aspecto a destacar
es que la mujer ya no figuraba en la ganadería y el comercio, cuando en 1900
ocupaba 38 y 21 por ciento respectivamente. Aparece con preponderancia en el
sector de propietarios, sin embargo, en otros documentos se aprecia que los
hombres tenían la supremacía en la propiedad de los establecimientos
industriales, por lo que dicha información debe tomarse con cautela. En
general, la mujer siguió desempeñándose como costurera, lavandera o sirvienta,
con una aportación de 24 por ciento del total de la población económicamente
activa, parecido al porcentaje de 1900.
Lo cierto es que el
proceso de expansión económica y política que comenzó a vivirse a partir de
fines del siglo XIX, condujo a la aparición de nuevos sectores sociales
(comerciantes, empresarios, profesionistas, empleados públicos y los que
desempeñaban algún oficio), a quienes se les fue creando y organizando su
propio espacio, que si bien se distinguió del que habitaban los sectores
tradicionales, no dejó de existir una interrelación entre ambos. La Villa de
San José del Cabo, no sólo era sede del poder municipal, de la subprefectura
política, del juzgado menor y de algunas oficinas federales, donde se
gestionaban todos los asuntos político-administrativos de la jurisdicción, sino
que se convirtió en el centro de las transacciones mercantiles tanto al
interior de la municipalidad como al exterior de ella.
Traza urbana,
ordenamiento del espacio y servicios públicos
Paralelo al crecimiento
de la población fue definiéndose la traza urbana y ordenando el espacio de la
villa de San José del Cabo. Aunque no se sabe con precisión cuándo comenzó esa
tarea, el hecho de que en la nomenclatura de las calles aparecieran ya
incorporados los nombres de personajes como Ignacio Comonfort, Ignacio Zaragoza
y Manuel Doblado, nos permite inferir que fue al
iniciar la década de los setenta.
Plano de la Villa de
San Jose del Cabo, 1910
Archivo Histórico Pablo L. Martinez
Como se mira en el plano
que acompaña el presente texto, con fecha de 1910, a la traza urbana se le dio la
forma de damero, es decir, un dibujo rectilíneo, que fue característico de las
formaciones urbanas coloniales. Es conveniente establecer aquí que
dicha traza respetó el emplazamiento original que definieron los padres
jesuitas, pues su cercanía al mar, en lugar de ser una barrera geográfica, se
convirtió en la gran puerta de entrada y salida al exterior que había permitido
a los josefinos complementar su subsistencia con bienes de consumo que obtenían
por la vía marítima. Así pues, el embarcadero o puerto fue el eje sobre el cual
se organizó el espacio, con una orientación que corrió de Este a Oeste.
Viendo al oeste
Calle Ignacio Zaragoza, en 1926
al centro monumento
Teniente Jose Antonio Mijares
Otro elemento que
impactó en esta configuración fue la preeminencia que, a partir de la segunda
mitad del siglo XIX, adquirieron los poderes temporales frente al eclesiástico.
Por último, es de agregar la acotación en la ubicación de rastros y panteones,
como parte de la política sanitaria del régimen porfiriano, lo que en palabras
de Foucault era ordenar la coexistencia entre los hombres y animales, así como
entre los hombres y los muertos.
Si volvemos al plano, se
aprecia que la calle Mijares fue concebida como la avenida principal, a cuya
vera izquierda se encontraban los edificios del Ayuntamiento, tesorería,
cárcel, escuelas de niños y niñas, subprefectura, telégrafos y el comercio de Modesto
Aragón. En la vera derecha se localizaban la tienda alemana de Alejandro
Mendoza, la Voz del Pueblo, de Santiago Ceseña, un hotel, al
parecer propiedad de algunos chinos, y la casa cural. Además de una avenida de
tránsito que conducía al embarcadero, se deduce que la calle Mijares fue el
espacio destinado a la comunicación, al ajetreo político-administrativo y a los
negocios mercantiles, de ahí el carácter de su anchura respecto de las demás.
Frente a la calle
Zaragoza, que corría por el lado Norte de la manzana donde se encontraba el
Palacio Municipal, se ubicó la plaza o jardín Mijares, lugar que fue
embelleciéndose con plantas de ornato, bancas, barandales, iluminación y con la
pavimentación de sus andenes. Ahí tenían lugar las fiestas cívicas, las serenatas
y las audiciones musicales cada domingo; en síntesis, era un espacio de
relación social.
1919, Iglesia de San José Del Cabo
con Los daños del huracán de 1918.
El templo actual fue construido en este sitio.
Por el frente de la
plaza o jardín Mijares que daba a la calle Hidalgo y en contra esquina con la
cuadra del Palacio Municipal, estaba ubicada la iglesia; en la manzana de su
costado norte, se encontraba la oficina de correos. En una de las cuadras
ubicadas en el extremo oeste y mirando hacia la calle Guerrero, se hallaba el
juzgado menor; y el rastro fue ubicado en la última manzana, que se localizaba
en la esquina de la calle Coronado. Aunque no está señalado en el plano, se
presume que el panteón se fincó en el extremo sur de la calle Mijares para evitar
que "sus filtraciones mancillaran las aguas potables", según lo
prevenía el Código Sanitario. En la periferia debió haber quedado
también el prostíbulo, pues como se recordará estaba prohibida su ubicación en
la parte céntrica del poblado con el argumento de violentar el orden moral.
Con base en el mismo
plano, se aprecia que la traza principal incluía 18 manzanas, donde se
encontraban identificados 74 solares, todos considerados de primera clase.
Después de las calles Guerrero, en el Oeste; Comonfort, en el Norte; y
Coronado, en el Sur, hasta los límites del fundo legal, quedaron los de segunda
categoría.
SAN JOSE DEL CABO
Edificio de Gobierno 20 de abril de 1957
Fotografia de Howard E. Gulik
Respecto a la
arquitectura, con ayuda de fotografías de la época se observa que en las
construcciones imperó un estilo neoclásico, es decir, sobrio, con dominio de la
horizontalidad y de líneas rectas sobre las curvas, resaltando las cornisas
corridas como decorado casi único. Un estilo arquitectónico que iba a tono con
la política de orden y progreso del régimen porfiriano, que proyectaba las
bondades de la modernización económica, traducidas en una serie de obras
materiales que cambiaron el paisaje de la villa josefina.
Entre las principales
edificaciones destacaba el Palacio Municipal, cuya fachada se integraba de
nueve vanos con arco de medio punto, uno de los cuales cumplía la función de
entrada principal; cornisa corrida en la parte superior y parcial sobre los
vanos (ver fotografía 1); en el centro de la fachada se
levantaba una torre en la que se colocó un reloj, que comenzó a marcar el
tiempo en la villa Josefina a partir de 1904. En su interior, se encontraba un
salón de cabildos, uno para la tesorería y los departamentos de cárcel y
alcaldía.
Viendo al sur
Calle Ancha o Calle Mijares y Palacio municipal en 1901
Documental de apoyo a la investigación histórica
Universidad Autónoma de Baja California Sur
La iglesia era otra de
las construcciones que resaltaba en el lugar, ubicada sobre la loma que miraba
a la calle Hidalgo, en su frente tenía un solo vano con arco de medio punto,
que servía como entrada principal; y un frontón con dos vanos, también con arco
de medio punto.
Viendo al Suroeste
Iglesia en 1900
Documental de apoyo a la investigación histórica
Universidad Autónoma de Baja California Sur
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El hotel fue una más de
las obras que se distinguían: era la única en toda la villa de dos plantas, con
una fachada que se integraba de cuatro vanos en cada planta, sirviendo el que
estaba en el extremo derecho de la planta baja como entrada principal, y
ornamentada con dinteles y cornisa corrida en la parte superior.
Viendo al sureste
Hotel de Chinos
Calle Ancha o Calle Mijares
archivo Rosa Maria Mendoza Salgado (Huellas Ancestrales)
Documental de apoyo a la investigación histórica
Universidad Autónoma de Baja California Sur
En cuanto a las
construcciones residenciales, éstas se asemejaban a las de carácter público, es
decir, sus fachadas se componían de varios vanos, aunque de forma rectangular,
con cornisas parciales y corridas en la parte superior, y con un ordenamiento
continuo Respecto al interior de estas
construcciones, dejemos la palabra a Rosa María Mendoza Salgado:
Viendo al este,
Calle Zaragoza
(a principios siglo XX)
Documental de apoyo a la investigación histórica
Universidad Autónoma de Baja California Sur
La casa de los abuelos
era de arquitectura sobria, con una puerta principal y cuatro ventanas grandes
de doble hoja..., protegidas con rejas de hierro forjado a mano. La casa estaba equipada con muebles europeos,
como la mayoría de las casas de la época. En las recámaras se encontraban
roperos de grandes lunas de cristal y camas de latón con altos doseles para
colocar los mosquiteros. Existía un gran comedor para 12 comensales, provisto
con sillas de altos respaldos. La casa se engalanaba con unos hermosos
maceteros franceses de porcelana, pero sobre todo con una confortable sala
austriaca de 30 piezas, entre sillones, sillas, mecedoras, mesas y rinconeras,
además de espejos
En contraste con este
tipo de viviendas estaban las chozas y jacales de las familias menesterosas,
que se ubicaban en la periferia de la villa, sin servicios de agua, alumbrado y
limpia, expuestas además a la destrucción, sobre todo en la época de lluvias.
Al respecto, en el "Bando de Policía y Buen Gobierno" se acotó lo
siguiente:
Construcción Porfiriana en Santiago, Los Cabos
No se permite en lo sucesivo que en las calles
céntricas de la población, dentro del radio alumbrado, se construyan o
reconstruyan casas o jacales con techo de paja, palma, zacate u otra materia de
esa naturaleza, bajo la pena de ser obligados los propietarios a destruirlos a
su costa y a satisfacer una multa de cinco a veinticinco pesos.
El vestido y la
alimentación fueron también objeto de distinción. De ahí que el proceso de
urbanización impactó también en el modo de vida, que se vio favorecido gracias
al desarrollo de la comunicación marítima con los mercados de Sonora y Sinaloa,
en el país; y de San Francisco, en Estados Unidos, al facilitar la obtención de
insumos y bienes de consumo directos y duraderos, así como la movilidad de
personas.
Asimismo, para algunas familias
acomodadas del poblado de San José del Cabo, la ciudad de San Francisco fue el
lugar preferido para enviar a sus hijos a estudiar o para viajar en plan de
negocios o vacaciones.
El nuevo rostro de la
villa requirió de la dotación de algunos servicios públicos: el de la limpieza
fue el que más ocupó a las autoridades con el fin de mantener el lugar salubre.
Sin embargo, éste se limitó a las calles céntricas, no a los barrios, donde a
decir de uno de los regidores, era absolutamente desconocida la limpieza,
hallándose de continuo grandes montones de basura en los solares y en las
inmediaciones.
Asimismo, los ediles
prohibieron que el sacrificio de reses y cerdos se hiciera en los domicilios
particulares debido a que no se tenía cuidado con el manejo de los
desperdicios, lo que causaba perjuicio al vecindario por los gases corrosivos
que despedían; como alternativa acordaron que esta actividad se realizara en un
corral de palo que se levantó en la plaza Mijares, frente a la iglesia. Al
percatarse de que tampoco era el espacio apropiado porque igualmente se
encontraba en medio de la aglomeración, optaron por sacarlo a la periferia,
donde en 1901 se levantó un rastro ya en forma. Hacia este rumbo, donde se
localizaba el barrio de La Cruz, se dispuso también la ubicación de corrales
para el traslado de animales, cuyo número cada vez crecía e iba en detrimento
de la limpieza de la villa.
Como parte del cuidado
sanitario se incluyó la desecación de pantanos, canalización de las aguas
estancadas y petrolizar aquellas que no era posible dar corriente, como medidas
para extirpar el paludismo, que se había convertido en un mal endémico en la
localidad. También se procuró terminar con las ratas y los ratones como acción
precautoria contra la invasión de la peste bubónica, que se había desatado en
el puerto de San Francisco, California, de donde provenía la mayor parte de los
desplazamientos que llegaban a la rada josefina.
El alumbrado público fue
otro servicio con el que contaron los habitantes josefinos. Por las noches, en
las principales calles y en la plaza Mijares, se encendían alrededor de 30
faroles de petróleo.
El suministro de agua
potable fue el servicio que se introdujo mucho más tarde, hasta 1910, de gran
beneficio para la mejora del estado de salubridad. El Ayuntamiento tasó el
cobro de dicho servicio por mes y por número de llaves: $ 3.00 por una; $2.50
por llave, si se instalaban dos; y $ 2.00 cada una, si se contaba con tres.
Además de un cobro extra de $ 1.00 al mes por cada baño o inodoro.
Al igual que el servicio
de limpia, el alumbrado público y el agua potable se constriñeron a la parte
céntrica de la villa, es decir, a los solares de primera clase. En la
periferia, los habitantes siguieron por la noche en la obscuridad, sin agua
entubada y soportando los olores de los corrales.
La Primer Tortillería Calle Miguel Hidalgo, centro
San José Del Cabo Fotografía de Harry Crosby
Como se ha podido
advertir, la política de progreso y modernidad que el gobierno de Porfirio Díaz
impulsaba por todo el país se hizo evidente también en la villa josefina, a
través de un proceso de urbanización que impactó en el ordenamiento del
espacio, el crecimiento de la población, el desarrollo de la comunicación
marítima, la construcción de obras materiales (como edificaciones públicas y
privadas, una avenida ancha que conducía al embarcadero y donde se asentaron el
poder económico y político, y una plaza que fue escenario de la convivencia
social), la dotación de servicios públicos y la adopción de medidas preventivas
para la salud. Como sucedió en otras partes del país, el progreso y la modernidad sólo
alcanzaron a una parte de la población, como se deja ver en las propias
construcciones y los modos de vida. No obstante, creemos conveniente no perder
de vista que el esfuerzo de los sectores políticos josefinos fue definitivo
para la configuración de condiciones materiales y culturales que posibilitaron
la continuidad del proyecto modernizador del gobierno nacional.
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