LA TROMBA DE 1907 NOCHE DE TERROR


LA TROMBA
Masa de nubes de pequeño diámetro, con un rápido movimiento giratorio, que baja de un cúmulo hasta la superficie del mar, de un lago o de la tierra.

Pablo L. Martínez Márquez

Noche de terror, de desolación y de ruina fue para San José del Cabo la del 14 de octubre de 1907. 
Después de tres días de ciclonica y pavorosa tormenta que hacía más impresionante el rugido furioso y retumbante del mar y el silbar quejumbroso del viento, una violenta e inesperada avalancha de agua, como si proviniera de las cataratas del cielo desatadas horrorosamente en un instante, invadió como un relámpago el valle, arrastrando gente, bosques, huertas, animales, tierras, todo lo que encontró al paso. 

Los labriegos, en sus chozas, en las partes bajas, sin tiempo siquiera para darse cuenta de la causa del extraño fenómeno, fueron arrollados con sus familias, pereciendo muchos ahogados o enterrados por la arena y otros a los golpes de los enormes troncos que giraban como en una danza diabólica en aquel mar de muerte y de exterminio, de desconcierto y de sombras. 

Muchos también lograron salvarse, tras lucha desesperada con aquel diluvio, ya cogidos de algún árbol que de casualidad fuera respetado por el terrible elemento, ya en algún islote que se formara aquí o allá. 

Actos sublimes de heroísmo pudieron relatarse después de personas que arriesgaron su vida o la perdieron al tratar de salvar algún semejante. 

Escenas dantescas e inverosímiles corrieron descritas por todas las bocas.

Éste fue el cuadro que el día siguiente presentó a los ojos de los azorados habitantes de la desolada villa: el florido valle, sembrado en toda su extensión de árboles frutales y grandes palmares,convertido en un desierto arenoso, surcado por profundas barrancas; la sierra, antes poblada de bosques, que azuleaba allá en la lejanía. velase ahora blanquecina, como pálida de susto, desgajada por la tromba infernal que sobre ella cayera; monolitos inmensos transportados de manera increíble por varios kilómetros; flotando en el mar, millares de animales de todas clases: ganados, bestias. reptiles. cerdos y hasta algún león, y una palizada abarcaba algunas millas:llantos de familias que perdieron a sus deudos: hombres y mujeres que escudriñaban la playa en busca de los cadáveres de las víctimas.

En resumen: llanto. destrucción, miseria, luto. 

Romalda, la antigua soldadera, tenía su choza a orillas del arroyo.  Vivía allí sola.

Pues Guadalupe, su marido. andaba lejos de ella. allá en La Paz, respondiendo quien sabe de qué cuentas ante la justicia. Este Guadalupe, un antiguo soldado desertor de las fuerzas que combatieron al general Márquez de León, tenía mucho tiempo de residir en cl pueblo; se ganaba la vida fabricando canastos de caras de álamo y por eso le decían el "guarero"

SAN JOSE DEL CABO AÑO DE 1910
El Guarero era dicharachero, oportuno para el comentario frívolo y descarado, era como Sancho Panza, un costal de refranes.  Su debilidad consistia en el "trago", causa de que ahora anduviera en tratos con los tribunales. 

La noche del 14 de octubre de 1907 Romalda fue una de tantas personas sorprendidas insólitamente por la fatídica ola desprendida de la sierra. ¿Cómo fue que aquella pobre mujer logró asirse de una rama a pocos pasos de su choza? ¿Cómo fue que la rama de un endeble arbolillo, un guamuchil de tres metros de altura, pudo brindarle la salvación, cuando árboles gigantescos eran arrancados de cuajo? 

Misterios de la suene y del destino, no hay duda, pues en este caso no intervino ni la voluntad ni el poder humano sino el azar y el acaso. 

El agua alcanzaba un nivel de más de dos metros. Romalda sacaba fuera de ella únicamente parte del busto que. a veces, en los cabeceos del guamuchil, se hundia también, para surgir nuevamente. Sus manos se aferraban en esfuerzo supremo a la rama, mientras su cuerpo, azotado por los troncos, semejaba en momentos un gallardete que flotara al hilo de la corriente que impetuosa, incontenible, lo arrasaba todo. Ya habla sido despojada de las ropas, sus manos ya se cansaban; sus gritos se perdían en el ruidoso serpentear de las olas que como maldición bajaban hacia el mar con una velocidad indescriptible. — ;Virgen de Guadalupe! ¡Madre santísima! ¡Sálvame! Gritaba en el colmo del pánico la vieja soldadera. 
En esta difícil situación se encontraba cuando sintió que algo blando y escalofriante se enredaba en su cuello; a poco tuvo la sensación clara e indudable de que lo que se había detenido en su propia garganta era una víbora. El venenoso reptil buscaba también la salvación y así, tratando de escalar la pare más alta del objeto con que había tropezado, en aquella lucha de vida o muerte. se subió a la cabeza de Romalda y allí  como creyendo haber hallado un refugio seguro. se enroscó y permaneció quieta. 

¿Podrá mortal alguno describir o imaginarse siquiera la hermosa posición por que atravesó Romalda aquella noche? No tenia más remedio que clamar a los santos. Sus manos no podían soltar la rama: la corriente darla buena cuenta de su existencia. ¿Cómo librarse de aquella carga tan peligrosa? ¿qué hacer? Esperar, esperar... no habla otra solución... esper a que las aguas bajaran... o que el arbolillo fuera al fin desenraizado... esperar... esperar... a que la muerte llegara... que era lo más probable. Y Romalda esperó con toda la calma que pudo desplegar para  no excitar a su temible huésped, aunque este, por su proceder. parecía ser un bicho inocente e inofensivo.
LA CALMA DESPUÉS DE LA TORMENTA

La eterna historia de los malvados ante el peligro. Y contaba Romalda que cuando las aguas bajaron, cuando vio que se habla salvado de ellas, puso con mucha precaución los pies en tierna. Enderezándose con sumo cuidado, la víbora no daba señales de querer dejar su lugar: estuvo luego un buen rato pensando cómo quitarla de allí sin provocar una picadura. Al fin, con un movimiento brusco y decidido. la arrojó lejos de si. 


Artículo publicado en Sudcalifornia, revista (lustrada, al nams. I y 2. La Paz septiembre - octubre de 1932, pp. 23-24. (N.E.)